STAVISKY…
1974. Dir. Alain Resnais.
El maestro Alain Resnais (1922 –
2014), perteneciente a la generación previa de los realizadores
significativos de la Nueva Ola Francesa, fue incluido en este movimiento, porque su cine
inquisitivo, libre, empataba con las inquietudes de quienes habían sido críticos
de la revista Cahiers du Cinema. Además, en 1959 estrenó su primer
largometraje de ficción (Hiroshima mon amour) en la misma edición del
Festival de Cannes donde François Truffaut se llevó la Palma de Oro por Los
400 golpes (también ópera prima en largometraje). Resnais ya había filmado
documentales que le habían ganado prestigio como cineasta. Sus siguientes
películas también exploraron los temas del tiempo y la memoria, que serían sus
obsesiones principales en esa primera etapa. Al llegar la década de los setenta,
luego de seis años de no filmar, mostró en las pantallas del mundo a Stavisky…
basada en un guion original del español Jorge Semprún, creador de los grandes
éxitos de tema político que colocaron a Costa-Gavras en el olimpo de los
realizadores universales. Resnais ya había filmado, previamente, otro guion de
Semprún (La guerra ha terminado, 1966) que era un manifiesto contra los
terrores de la dictadura franquista.
Stavisky… es el retrato de un
personaje de la vida real que formó parte de la historia socioeconómica de la
Francia de los primeros años treinta. Un estafador de poca monta que logró
crear su propia leyenda, engañar (o comprar) a personajes de la aristocracia,
autoridades policiacas y bancarias, para imponerse como magnate de espectáculos
(tenía un teatro), carreras de caballos (poseía establos), banquero (creó
algunas firmas fraudulentas), entre otros oficios. Al ser parte de un robo en
1926 que lo llevó brevemente a la cárcel, cambió su nombre a simplemente Serge
Alexandre, eliminando el Stavisky. Descendiente de judíos rusos, cargando con
el estigma del suicidio de su padre al descubrir el deshonor de su hijo,
Stavisky siempre vivió con el temor y, al mismo tiempo, la obsesión de la
muerte. O su pudor ante el origen judío por las persecuciones que se iniciaban en Alemania. Sus acciones corruptas hicieron tambalear y caer a la inestable Tercera
República Francesa en 1934. Aunque las intenciones que aducía: crear empleos y equilibrar
la economía, eran nobles, sus métodos no eran los adecuados. En el fondo,
Stavisky era un ladrón, un hombre deshonesto, alguien que se daba vida lujosa
para crearse una imagen falsa, pero que le ganaba el respeto de los demás por
el poder aparente.
El maestro Resnais narra estos hechos con quiebres en el tiempo. Conocemos a Stavisky (un fenomenal y muy atractivo Jean-Paul Belmondo, a sus cuarenta años) cuando baja por el elevador del lujoso hotel Claridge donde se hospeda junto con su esposa Arlette (Anny Duperey, muy bella), para iniciar otra de sus “consultorías financieras”, además de flirtear con una dama de la cual se ha fijado en su espectacular collar de brillantes. La derrama de dinero, además del gasto excesivo (ordena muchos y extravagantes ramos de rosas para cubrir a su futura presa). Luego, habrá de pronto comentarios que intenten explicar su adolescencia, su relación con el padre, su escondido pasado (como el Mr. Arkadin, de Welles, 1955), para saltar al futuro, cuando se está llevando a cabo un juicio post mortem, el que provocaría la caída del gobierno, y luego retornar al momento en el cual, al verse acorralado, no le queda más que disponer de su vida, ya que no habrá mayor razón para vivir (en algún momento, comenta que “la prisión es peor que la muerte”). La cinta va mostrando a los diferentes personajes cercanos a Stavisky quienes comentarán sobre sus experiencias ante el hombre, pero ninguno podrá explicarlo, ni hallar el impulso de su existencia: (nuevamente Welles y su personaje de El ciudadano Kane, 1941, por el enigma del magnate multimillonario y solitario).
No obstante, hay otra línea narrativa que se une tangencialmente con la de Stavisky: al inicio de la película llega León Trotsky a Francia, buscando asilo político. Sus admiradores lo apoyan y el personaje que huye del Soviet stalinista puede establecerse en Francia. Hay un momento en el cual Stavisky se ofrece a apoyar la audición de una joven alemana, judía y exiliada, en su Teatro. Ella será luego, la secretaria de Trotsky. Nunca hay interacción entre el personaje epónimo de la cinta y el admirado soviético, pero cada uno representa dos situaciones políticas que ocurrían en la Francia de esos primeros años de década: Trotsky escapaba de un régimen cuyo idealismo sería ahogado por el totalitarismo, mientras que Stavisky representaba a las ideas capitalistas que intentaban “salvar” al mundo de la miseria que se vivía, aunque dentro de la corrupción. De ahí que la cinta se sienta muy vigente y nos permita confirmar que vivimos ciclos que se repiten. Uno puede fácilmente identificarse con los males sociales que se han desatado desde los últimos años hasta desembocar en estas realidades nefastas.
La película fue la más costosa que Resnais filmaba hasta el momento. El propio Belmondo se encargó del 80% de la inversión ya que le interesaba el proyecto. De acuerdo con un artículo del importante crítico Jonathan Rosenbaum, incluido en uno de sus libros más recientes (Cinematic Encounters: Interviews and Dialogues, University of Illinois Press, 2018), la cinta se filmó desde octubre de 1973 a finales de enero de 1974, para estrenarse ese año en mayo, en el Festival de Cannes. El lujoso Hotel Claridge y la oficina inmensa de Stavisky fueron construidas en estudio como imponente cascarón: uno como espectador piensa que fueron locaciones reales, pues se nota el cuidado en detalle y acabado, pero todo es artificial y aparente, como la personalidad de Stavisky. El reparto es amplio y además de los principales actores ya mencionados, debe destacarse, como curiosidad, la presencia en un pequeño papel de Gérard Depardieu, quien apenas tendría gran éxito gracias a Les valseuses (Blier, 1974), así como Jacques Spiesser, principiante. El vestuario de la muy bella Duperey fue diseñado por Yves St. Laurent y la música es, nada menos que, de Stephen Sondheim. El fotógrafo usual de Resnais fue Sacha Vierny (1919 – 2001).
Al inicio de la cinta se advierte que,
aunque está basada en hechos históricos, los autores se tomaron libertades para
el desarrollo narrativo de la misma. Uno de los personajes inventados, el barón
Raoul (el mítico Charles Boyer, en su penúltima película, a los 75 años de
edad) expresa que tal vez el acto más genuino que Stavisky realizó en su vida
fue cuando apoyó la audición de la joven alemana al estar como personaje de
fantasma sobre el escenario, gracias a un texto de Giraudoux ya que hacía suyas
la esencia sobrenatural y la falta de palabras, o sea, el misterio…
El maestro Alain Resnais (1922 - 2014)