ENSÉÑAME A VIVIR
(Harold and Maude)
1971. Dir. Hal Ashby.
Harold es un joven de veinte años, muy rico, obsesionado con la muerte. Por eso finge suicidarse frente a su madre, y a tres prospectos de novia, porque esas fantasías al menos le daban una razón, paradójicamente, para vivir. Maude, que en realidad se llama Marjorie, está a punto de cumplir ochenta años. Conoce a Harold cuando ambos coinciden en funerales de desconocidos, una costumbre que realizan en sus vidas por diversos motivos: Harold puede alimentar su morbosidad ante la muerte. Ruth puede asegurar que otros ya pasaron a mejor vida y ella sigue viva. La unión de estas dos personalidades servirá para que cada uno alcance un equilibrio en sus existencias, aunque de manera muy opuesta.
La, ahora cincuentenaria, cinta no tuvo gran impacto cuando se estrenó a finales de 1971 en Estados Unidos (a México llegaría hasta 1974 y aquí en Monterrey se exhibiría en el Cine Juárez por una semana para luego desaparecer), pero a lo largo de los años fue adquiriendo la cualidad de “película de culto”. Una adaptación teatral se estrenó en Broadway en 1980 con Janet Gaynor y Keith McDermott, pero no tuvo más que cuatro funciones. La película se realizó y estrenó en los tiempos post-jipis. Ahora estaba de moda el desencanto existencial (claro en Harold) pero no era tomada en cuenta la vitalidad de una anciana cuyas actitudes pertenecían precisamente a esa juventud de paz y amor, del desnudo, de las actitudes rebeldes. El cambio en esos años radical en un lapso pequeño.
Y ahora, en este siglo XXI, cuando estamos sumidos en la desesperanza y la actitud negativa, cuando el mejor equivalente anímico es el cine de Antonioni, Enséñame a vivir se torna agua fresca. Dentro de la realidad actual debida a los adelantos electrónicos, la individualidad rampante, las conferencias a distancia, el trato humano y la interacción entre personas para encontrarle sentido a la vida. Harold llega a los excesos para demostrarle a sus seres cercanos que, al menos, está vivo y que, en cualquier momento, podría morir. En el caso de Maude, se tiene a una mujer que debe sacarle jugo a cada día de su vida porque el final podrá estar cerca. Sin jamás mencionarlo, una imagen muestra la huella de una marca de campo de concentración en el antebrazo de la anciana, algo que impacta a Harold sin que se expresen palabras. La mujer le insiste en que cada día hay que aprender algo nuevo y lo vuelve cómplice de sus aventuras.
Dentro de estas aventuras hay una secuencia deliciosamente cómica donde Maude reta a un motociclista que la persigue. La anciana acostumbra a robar automóviles (“tomar prestados” expresa) y manejarlos sin la mayor prudencia ni pericia. El ritmo que se le imparte a esta secuencia vale por toda la película sin que su totalidad desmerezca un minuto. El convencional título en español toma sentido porque ese grito de ayuda, no solicitada, surgida de manera accidental, que Harold lanza en sordina, resulta en verdaderas lecciones de vida.
La
cinta fue un guion original de Colin Higgins (1941 – 1988) quien nos
daría otras joyas como guionista (El expreso de Chicago, 1977) y como
director (Juego sucio, 1978; Cómo eliminar a su jefe, 1980). Su
prematura muerte por el maldito SIDA nos despojó de un gran autor-cineasta en
ciernes. Su legado es poco pero sustantivo. El director Hal Ashby (1929 –
1988) fue primero editor de importancia (Sociedad para el crimen o Al
calor de la noche) y luego pasó a la dirección para ofrecer cintas notables
(Regreso sin gloria o Un jardinero con suerte). La excelente Ruth
Gordon (1896 – 1985) es más recordada por El bebé de Rosemary (1968) por
la cual ganó el Óscar como actriz secundaria, aunque su carrera fue muy
distinguida desde joven en teatro, cine, televisión. Y el entonces joven Bud
Cort (1948) surgió del teatro de comedia para luego participar en cintas de
Altman, Micklin Silver o Hooper, entre muchos otros.
El guionista Colin Higgins