domingo, 30 de agosto de 2020

EL ENIGMA DEL COLLAR (1944) - Edward Dmytryk.

EL ENIGMA DEL COLLAR

(Murder, My Sweet)

1944. Dir. Edward Dmytryk.

         En su deliciosa autobiografía (“A propósito de nada”), Woody Allen comenta que cuando estaba en la secundaria empezó a preocuparse por la decisión que debería tomar para su vida futura. Nunca pensó en ser abogado o médico: primero escogió ser vaquero, luego agente del FBI hasta que llegó la alternativa de detective privado. Uno de los motivos fue su visión de esta película que hoy rescato y comparto.

 El novelista y guionista Raymond Chandler

         Basada en “Adiós, mi querida”, que fue la primera novela de Raymond Chandler llevada a la pantalla, pero en 1942 bajo el título de El halcón inicia el vuelo (The Falcon Takes Over, Dir. Irving Reis), el mismo estudio, RKO Radio Pictures, volvió a producirla dos años más tarde para que diera lugar a la transición de Dick Powell, cantante y galán fílmico, en actor formal y alejado de su imagen edulcorada e ingenua de sus cintas en la Warner Brothers de los años treinta.


         Raymond Chandler (1888 – 1959) fue un escritor de novelas policiacas que se transformaron, al pasar a la pantalla, en joyas del género que luego se conocería como film noir al ser redescubierto por los críticos franceses de posguerra. No obstante, sus temáticas y desarrollos son complejos. Al borde del abismo (The Big Sleep, Hawks, 1946) sigue siendo una cinta que sufre de varias incoherencias en su resolución, pero es lo de menos ante la brillantez de su desarrollo.

         En esta película, el detective privado Philip Marlowe (Dick Powell), cuenta a la policía los hechos que lo llevaron a ser considerado el responsable de varias muertes. La cinta será otro largo analepsis, desde que recibió la visita de un expresidiario alto y fornido llamado Moose (Mike Mazurki) quien anda en busca de la vedette Velma y solicita al detective que la encuentre. Marlowe dejará de lado esta encomienda mientras acude como guardaespaldas de un hombre que debe entregar el dinero de un chantaje para recuperar una joya robada. A Marlowe lo golpean y dejan inconsciente mientras que al tipo lo matan. Este hecho le hará conocer a la joven Ann (Anne Shirley) quien le irá introduciendo en otras pistas y con otros personajes, que, al final, conectarán con la inicial búsqueda de Velma.

         Uno de los títulos icónicos del género, El enigma del collar logra plasmar la esencia de la novela de Chandler, aún con las censuras y adaptaciones de personajes y hechos, debidas a la época en que fue filmada (en la novela, Moose mata a un barista negro y la policía desecha investigar el crimen, por la raza a la cual pertenece; en la película, el hombre que expresa ser chantajeado se presenta como afeminado, en su vestimenta, olor y modos, aunque luego se afirma que era amante de una de las protagonistas). Sin embargo, así como en El halcón maltés (The Maltese Falcon, Huston, 1941) tenemos la búsqueda de un objeto que será el mínimo elemento de importancia y que nunca se verá en pantalla (un collar de jade), e igualmente habrá un personaje femenino enigmático que será el que ponga a andar todo este mecanismo. La mujer que traiciona, el detective que pretende seguirle su juego, un hecho inicial que se irá diluyendo mientras que otros toman mayor relevancia para cerrar un círculo perfecto.

         Con tramas como ésta, no es difícil pensar que cualquier jovencito deseoso de aventuras, quisiera convertirse en detective privado, como nos lo ha compartido Woody Allen.

    El director Edward Dmytryk (1908 - 1999) fue uno de los personajes perseguidos por McCarthy en los años de cacería de comunistas en la industria de Hollywood. También Adrian Scott, el productor de El enigma del collar tuvo problemas y fue a la cárcel. Ellos dos fueron los responsables de otra joya inmortal Encrucijada de odios (Crossfire, Dmytryk, 1947),

         

martes, 25 de agosto de 2020

EL GRAN GOLPE (1971) - Sidney Lumet

EL GRAN GOLPE

(The Anderson Tapes)

1971. Dir. Sidney Lumet.

 


         Basada en un bestseller que inició la carrera de Lawrence Sanders como exitoso escritor de novelas de crimen, misterio y humor, recuperamos esta oscura película en la filmografía del maestro Sidney Lumet, surgido de la televisión en vivo de los años cincuenta, para posteriormente tornarse en prolífico realizador de largometrajes (este fue su 16° título). A pesar de haber sido un éxito literario, su versión fílmica no fue taquillera y pronto quedó en el olvido. Su gran cualidad es la presencia del magnético Sean Connery, filmada antes de Los diamantes son eternos (Hamilton, 1971) que sería su última participación como James Bond (dentro de la línea original de la serie de manufactura: por eso no se toma en cuenta a Nunca digas nunca jamás, de Kershner, en 1983).

 El convicto Duke Anderson a punto de salir de la cárcel...

         Lo más interesante de esta película es que fue una primera incursión en el mundo tecnológico del audio y vídeo como instrumentos para el espionaje y la vigilancia. El título en inglés (“Las cintas de Anderson”) se refiere a las cintas de carrete que están grabando todas las conversaciones de Anderson sin que éste se dé cuenta. Recién liberado de la cárcel luego de diez años por haber fallado en un trabajo para mafiosos, Duke Anderson (Connery) sale de prisión y no tarda en realizar dos cosas: volver con su antigua amante Ingrid (Dyan Cannon) quien ahora es mantenida por el dueño de un lujoso edificio de departamentos en Manhattan. Por otro lado, va con sus antiguos jefes de la mafia para pedirles que financien un gran golpe: el robo de dinero, objetos, documentos, de todos los departamentos del edificio donde vive Ingrid.

 Sean Connery y Dyan Cannon

         Y aquí entra la parte tecnológica, además de humorística, de la trama: el amante de Iris está grabando sus conversaciones por celos. Luego, las pláticas que lleva a cabo Anderson con los mafiosos, y con otros viejos compinches, también están siendo registradas por diversas entidades: la CIA, Hacienda, la división de narcóticos. En todas estas grabaciones, lo que les importa a los agentes son las personas con las cuales Anderson platica, nunca con él. De esta manera, Anderson planea y conjunta a una banda para realizar un atraco fenomenal donde involucrarán a los disímbolos y particulares habitantes de esos departamentos. Por supuesto que las cosas tendrán un giro del destino, así como un gracioso e irónico final.

 Una grabadora Ampex de carrete

         En los créditos de la película se agradece la colaboración de la empresa Ampex, importante fabricante de equipo de grabación. Lo que vemos en pantalla son primitivas cámaras de seguridad, grandes equipos de grabación para cintas de carrete, fotografías tomadas en los bancos para asegurar la identidad de los clientes, además de una inmensa computadora, alimentada por tarjetas, para llevar el registro de sospechosos, convictos y criminales; en otro momento, se coloca un transmisor en un automóvil para que otro vehículo que va detrás, por medio de antenas aéreas, capte un diálogo en el interior del auto. Tres años más tarde, Coppola filmaría La conversación, donde el equipo de vigilancia será más sofisticado, tal como el que se utilizaría para las grabaciones que apoyarían la caída del deleznable Richard Nixon como presidente.

 Christopher Walken
Martin Balsam

         Los créditos anuncian la presentación de Christopher Walken, joven actor que ya tenía muchos años con pequeños roles tanto en cine como televisión, hasta que le llegó esta oportunidad (no obstante, pasarían otros siete años para su gran éxito y Óscar por El francotirador). Martin Balsam (a quien puede identificarse como el detective asesinado en Psicosis mientras subía por las escaleras de la casa de Norman Bates). Aquí aparece como el dueño de una tienda de antigüedades, abiertamente homosexual. Lo que es muy notorio es que por ser 1971 no había problema con usar el epíteto, ahora insulto,  fag en inglés, para indicar el equivalente de “joto” o “maricón” que ya son políticamente incorrectas en español. Otro caso es cuando se menciona a un niño parapléjico como “lisiado” (o crippled) que en estos tiempos terribles por censuras y sensiblerías estúpidas es ridículamente insultante.

Connery, Sean Connery




         Sean Connery aparece cubierto con una toalla y muestra su entonces bien formado cuerpo (tenía 40 años). No utiliza bisoñé y se nota su calvicie prematura. Sin embargo, el carisma natural, su voz penetrante e inconfundible, además de su excelente actuación, hace que esta película (ya oscura en su filmografía) se sostenga contra todo anacronismo. El maestro Lumet, experto en diseccionar y establecer los cuestionamientos y motivaciones de sus personajes para que lleguen al final que les corresponde, acorde con su moral y comportamiento, logra que este Duke Anderson – Sean Connery, tenga su justa conclusión (como el jurado impasible de Doce hombres en pugna o cada chica de El grupo o el sacrificado detective Serpico o la rectitud y honestidad de El príncipe de la ciudad) y esta es una lista mínima de una carrera impresionante. ¡Y una película deliciosa!

El maestro Sidney Lumet (1924 - 2011)



domingo, 23 de agosto de 2020

LOS CONDENADOS NO LLORAN (1950) - Vincent Sherman

 

LOS CONDENADOS NO LLORAN

(The Damned Don’t Cry)

1950. Dir. Vincent Sherman.

         Narrada en una larga analepsis donde la protagonista principal, Ethel Whitehead, luego llamada Lorna Hansen Forbes (Joan Crawford), recuerda su pasado y todas las circunstancias que la llevaron a su presente, estamos ante una cinta que mezcla los elementos del melodrama que han sido básicos en la carrera de la Crawford, con los claroscuros del film noir, género que la estrella cultivaría con mayor fuerza en las últimas etapas de su carrera.

         Ethel es una esposa sumisa que vive al día por el mísero sueldo que recibe su esposo Roy (Richard Egan) como obrero de empresa petrolera, aparte de que viven todavía en casa de los padres de ella. Cierto día compra una bicicleta a su pequeño hijo, lo que provoca la ira del marido quien llama al niño para que retorne de donde se encontraba por lo que, al cruzar la calle, sin fijarse, es arrollado y muerto por un camión. Al no tener nada que la ate a su realidad, Ethel abandona familia, marido y pueblo.

         Sin experiencia, ya en Nueva York, no le queda más que aceptar ser vendedora de tabaco donde la encuentra el dueño de una manufacturera de vestidos baratos. Inicia como modelo y paulatinamente se introduce en la costumbre de alternar con los clientes, por lo que gana dinero extra. Luego, conoce a Martin (Kent Smith), un auditor que llega al lugar y a quien después presenta al gerente del cabaret a donde lleva a los clientes a consumir y jugar clandestinamente, para que tenga otra fuente de ingresos. Martin resulta tan efectivo que llega hasta el jefe del sindicato criminal, George (David Brian) quien controla el juego entre otros negocios turbios. Aunque Martin le propone matrimonio, Ethel ve mayores logros con George, del cual se vuelve amante.

         George le exige que se refine y la manda a Europa, aparte de cambiarle el nombre a Lorna y acercarle la presencia de una dama de sociedad, Patricia (Selena Royle), para que adquiera roce con personalidades de clase alta. Luego, George tiene que enviarla a Las Vegas para que se relacione con Nick Presta (Steve Cochran, en su mejor momento), uno de sus coordinadores de zona, vulgar y viril,  que siempre ha sido una amenaza, con posibilidades de independizarse y quitarle el poder. Lorna se enamora de Nick y no puede traicionarlo, pero se le adelantan George y Martin para ponerla en evidencia. Un enfrentamiento hace que George mate a Nick, por lo que Lorna huye del lugar, volviendo a la casa de sus padres donde ha estado recordando el pasado.

         Basada en el personaje real de Virginia Hill, quien también saliera de un pueblo del sur para viajar hasta Chicago, donde fue mesera, aparte de prostituirse, hasta que pudo involucrarse con la mafia local donde pasó de un hombre a otro, antes de que le tocara involucrarse con Bugsy Siegel, uno de los creadores del imperio criminal detrás de Las Vegas. Nunca se comprobó que se hubieran casado, pero Hill huyó de Estados Unidos algunos días antes de que asesinaran a Siegel. Todos estos elementos fueron perfectos para la creación de una película de Joan Crawford.

         La actriz había dejado la MGM en 1944 y al año siguiente, como estrella de la Warner Bros. se ganó el Óscar por El suplicio de una madre (1945, Michael Curtiz) bajo la producción de Jerry Wald quien sería el responsable de sus siguientes, pocos, grandes éxitos en este estudio, accediendo a interpretar a la madre de una adolescente. Para 1950, Crawford ya tenía 45 años y se le notaban. En Los condenados no lloran, originalmente se iniciaba con la joven Ethel antes de su matrimonio, algo que no podría convencer a los espectadores. Al director Vincent Sherman se le ocurrió presentarla como esposa pobre, descuidada, sin maquillaje, para darle el aspecto de avejentada. Crawford lo entendió pero no dejaría de representar a mujeres seductoras (y evidentemente mayores) hasta entrada su cincuentena, cuando trabajaría para la Columbia y la Universal.

El director Vincent Sherman con su actriz Joan Crawford                  (con la cual también tuvo un amorío fugaz)

         Ya convertida en empleada, y luego como modelo, aparece con maquillaje y ropa audaz con la intención de mostrar su cuerpo bien formado. Y al pasar a su nueva identidad como dama de sociedad, puede mostrar modelos más exclusivos, abrigo de mink, traje de baño a la moda, aparte de comportamiento exquisito. A lo largo de la película tendrá cuatro hombres en su vida que estarán perdidos por ella (desde el marido fracasado, sobre todo cuando pierden a su hijo, hasta el contador, el jefe del hampa o el criminal) quien, a su vez, sentirá algo por ellos mientras el siguiente no le ofrezca algo mejor.

         Más importante es la atmósfera de cine negro. Está toda la acechanza del camino hacia la perdición. Aunque no se define abiertamente, es de pensarse que Ethel, como modelo, pasó de cama en cama con los clientes de la empresa de ropa, y luego tuvo intimidad con los hampones. Ella misma se convierte en la persona que desvía a Martin hacia la deshonestidad, convenciéndolo de la necesidad de tener dinero. Y cuando éste le declara su amor, ella sabe que se encuentra con mejor postor para sus objetivos. Ya que la vida como esposa pobre solamente le trajo carencias y tragedia, lo que debe colocarse en primer lugar es lo material. Dentro de este mundo ya en su posesión, llega el amor en la persona del seductor gangster Nick (además de la sexualidad porque fue un gran golpe de reparto al tenerse a Steve Cochran en ese papel: atractivo y viril, autosuficiente, Nick sobrepasaba las expectativas de Ethel / Lorna), aparte de que George la había enviado a que llegara hasta la intimidad con tal de sacarle información.

Steve Cochran y Joan Crawford


         Sin embargo, no puede dejarse de lado al melodrama: Ethel / Lorna sufre maritalmente, pierde al hijo que era el único cemento en su relación, debe negarse al amor limpio de un hombre que se perderá por ella, aparte de que tendrá una redención final porque, sin importar el aspecto moral de su prostitución consciente o circunstancial, nunca quiso estar involucrada en algún asesinato. Lo que vino a lograr el perfecto equilibrio entre estos dos géneros fue la mano maestra del realizador Sherman, otro de los grandes nombres entre los directores que trabajaron para la Warner Brothers (de hecho, solamente una de sus cintas para pantalla grande fue para otro estudio). Sherman requiere un artículo particular que ya se compartirá.

 El joven director Vincent Sherman (en sus inicios)

         En algún momento de la película, el personaje de Ethel le explica a Martin, el buen contador, quien tiene emociones encontradas ante el trabajo que le ofrecen los hampones: Sé cómo te sientes. Eres un tipo amable, pero el mundo no está hecho para tipos amables. Tienes que patear y golpear y empujar hacia adelante porque nadie te va a dar un aventón. Tienes que hacerlo por ti mismo porque a nadie le importamos nada, excepto a nosotros mismos… De alguna manera, esta frase resume al personaje de Joan Crawford en esta película y, por lo que se ha sabido de ella, de su propia carrera.

 Un gran ejemplo de lo que fue ser estrella de cine: 
Joan Crawford

sábado, 22 de agosto de 2020

EL HOMBRE ILUSTRADO (1969) Jack Smight

 

EL HOMBRE ILUSTRADO

(The Illustrated Man)

1969. Dir. Jack Smight.

         La película recurre a tres cuentos de Ray Bradbury (1920 – 2012) reunidos en su libro del mismo título que fue publicado en 1951, para ofrecer imágenes pesimistas, con mensaje precautorio, sobre el futuro del planeta. Parte de una trama común que forjará el hilo narrativo: el joven Willie (Robert Drivas) viaja por el campo norteamericano de 1933 disfrutando del panorama y descansando donde le encuentre el día, en su viaje hacia California donde le espera un posible trabajo. Un día se topa con Carl (Rod Steiger), un vagabundo, anterior empleado de un circo, quien anda en busca de una mujer cuyo rastro ha desaparecido (incluyendo su casa). En su conversación, Willie se entera de que en el pasado, la mujer llamada Felicia (Claire Bloom), le tatuó el cuerpo por entero, legándole un fatal destino: si alguien se queda mirando fijamente a alguna de esas “ilustraciones de su piel” (como Carl prefiere llamarles), irán tomando vida y revelarán situaciones terribles. Willie no puede creerlo hasta que lo hace a pesar suyo. De ahí ocurrirán las tres historias que la película narrará.

         La primera se basa en “La sabana” que ocurre en un futuro donde la tierra se ha vuelto completamente pragmática. La gente solamente trabaja seis meses al año para mantener la estabilidad de la economía mundial. Un mundo deshumanizado, donde las máquinas imperan. Una pareja que se ha alejado por problemáticas en su relación, han comprado un aditamento que permite a sus niños jugar con la imaginación y crear realidades virtuales donde pueden permanecer el tiempo que deseen. El espacio que han estado creando casi permanentemente es una sabana africana con leones y buitres. La pareja empieza a sospechar que hay algo extraño en ese lugar y lo consultan con el psiquiatra familiar. Cuando éste les recomienda deshacerse de la máquina y los padres se lo comentan a los hijos, la reacción es de protesta y rebelión. Los niños les engañan para hacerlos entrar a la sabana y dejar que los leones los ataquen y maten.

         En “La larga lluvia”, un grupo de astronautas cuya nave se ha estrellado en otro planeta (en el cuento era Venus), quedan bajo una lluvia intensa e interminable. Empiezan a caminar para encontrar algún refugio o al menos los restos de su nave para guarecerse. La situación es tan desesperante que poco a poco los ánimos se irán caldeando. Entre pleitos que surgen o la decisión de la autodestrucción, todos se van aniquilando hasta que solamente el coronel, el de más rango, alcanza a llegar a su destino.

         Finalmente, “La última noche en la tierra” presenta a otra pareja: el marido acaba de llegar de un foro mundial donde se llegó a la conclusión de que, en ese noche, será el fin del planeta, de la vida toda. La decisión general fue la eliminación de todos los niños para evitarles el horror de la terrible destrucción que se avecina. La mujer se opone pero contra su deseo, el hombre hace que sus hijos tomen un veneno. A la mañana siguiente, el mundo sigue igual. Todas estas historias han sido atestiguadas por Willie mientras fijaba su vista concentradamente en las ilustraciones de Carl. Al final, puede visionar que Carl lo atacará y estrangulará. Para evitarlo, Willie se le adelanta en su agresión y huye, aunque Carl no ha muerto.

         Bradbury fue uno de los grandes poetas de la ciencia-ficción. Los futuros que presentaba en sus narraciones eran oscuros y pesimistas, pero dotados de gran esperanza para que sus lectores los vieran como posibles de evitar. Sus héroes tienen sentimientos y aman. Es el mundo, en total, que pierde sus valores y se deja llevar por la tecnología. En ese sentido, como todos los grandes escritores del género, han sido profetas visionarios. Uno puede notar en “La sabana” al imperio de las máquinas, a la consecuencia de la falta de valores que han ido adquiriendo los jovencitos y su entrega al hedonismo. Toda esa virtualidad y holografía de una película de 1969, ahora la tenemos con sus variantes dentro de lo cotidiano.

         Y luego vienen sus imágenes de jungla lluviosa, de soledad que lleva a la autodestrucción y la desesperanza en esos astronautas varados en un planeta que no presenta salida alguna. Si esto no es metáfora del combate, de la lucha, de la batalla social que se lleva a cabo entre fronteras, hambre o falta de identidad que se ha venido incrementando a lo largo del tiempo, se tendría que volver a trabajar en su definición y se llegaría a un mismo destino. O el caso de los padres que se unen a la paranoia general y toman decisiones que luego serán trágicas y dolorosas. Ese “foro mundial” podría equipararse a los intercambios virtuales que generan opinión sin sustancia, suman seguidores a causas inútiles o dan lugar a las noticias falsas que tanto enlodan a diario a las verdaderas historias, a las tramas importantes.

         El hombre ilustrado en cine, es obra de Jack Smight, director, y Howard B. Kreitsek, guionista y productor, sobre cuentos de Bradbury. El lenguaje fílmico será distinto aunque la base narrativa sea la misma. Nunca será lo mismo la imaginación que ofrece una lectura a la convención visual que plasma imágenes. De ahí que la queja principal sobre esta película fuera que no había equivalencia entre literatura y cine. El mismo Jack Smight en sus memorias aclara que puso énfasis en estilo y ritmo pero siempre estuvo consciente de que sería una película de ciencia ficción, como pasó con otra obra del mismo Bradbury llevada al cine por Truffaut (Fahrenheit 451, 1966) donde al genial director le movía más el tema de los libros y la propuesta de los “libros humanos” que el género. No obstante, en ambas películas está presente la advertencia del autor para no permitir la decadencia del ser humano. Y cada cinta muestra la esencia de cada realizador.

 El director Jack Smight (1925 - 2003)

         Jack Smight fue otro de los realizadores norteamericanos surgidos de la televisión en vivo de los años cincuenta. Solamente dirigió 17 largometrajes para la pantalla grande entre 1964 y 1989, porque la mayoría de su trabajo fue para la pantalla chica. No obstante, fue responsable de cintas que ahora se consideran de verdadero culto entre los cinéfilos enterados, de hueso colorado, como son El tercer día (1965) sobre un amnésico acusado de asesinato, El blanco móvil (1966) que revisa al cine negro desde sus perspectivas de época, Así no se trata a una dama (1968) con un delicioso asesino en serie que usa diversos disfraces, y la extraordinaria Su propio verdugo (1970) que es una maravilla insólita al mostrar a un hombre que viaja con su propia silla eléctrica portátil: todas ellas significativas para la sensibilidad propia de los años sesenta y el Hollywood que iba cambiando. En la década siguiente filmaría dos superproducciones: Aeropuerto 75 (1974) y La batalla de Midway (1976) que cumplieron con taquilla como mero entretenimiento muy bien realizado.

         El reparto está conformado por Rod Steiger, siempre sobreactuado pero bastante eficiente, aunque su cuerpo no es nada seductor al verlo desnudo con sus tatuajes totales e impresionantes. Claire Bloom, de excelencia y como esposa en la vida real de Steiger le proporciona candentes besos. Robert Drivas, un joven actor que filmó poco, pero tuvo mayor importancia en la escena teatral y moriría joven en los años aciagos del maldito SIDA. Los tres interpretan diversos papeles en las variadas historias de la cinta.


sábado, 15 de agosto de 2020

EL BESO (1929). JACQUES FEYDER.

 

EL BESO

(The Kiss)

1929. Dir. Jacques Feyder.

         La casada Irene Guarry (Greta Garbo) vive un casto romance con el abogado André (Conrad Nagel) quien le pide que se divorcie de su marido. Irene no acepta porque el carácter de su esposo Charles (Anders Randolf) es violento. Prefiere despedirse para siempre. Aunque ella es esposa amorosa y cuida de su marido, Charles contrata a un detective para que la siga, Así, se entera de que frecuenta al joven Pierre (Lew Ayres), quien cuida de sus mascotas como hobby, mientras retorna a la universidad. El muchacho se ha enamorado de Irene aunque ella no le ha dado mayor motivo que su amabilidad en el trato. Una noche, Pierre va a ver a Irene para despedirse porque al día siguiente dejará la ciudad. Bajo ese pretexto, solicita a la mujer que le dé un beso de despedida. Ella corresponde amistosamente, pero el joven forcejea deseando mayor pasión. Charles los descubre y comienza a atacar al joven. Al rato se escucha un disparo y Charles aparece muerto. Inicia un juicio donde el abogado que defenderá a Irene será su antiguo amor André.

Garbo y Conrad Nagel

         Luego del advenimiento del sonido, la MGM protegió a su máxima estrella Greta Garbo y no apresuró su debut en el cine sonoro. Había reporteros que expresaban que tenía un tono desagradable de voz, mientras que otros pensaban que ella no necesitaba hablar para seguir siendo una gran personalidad de la pantalla. Entre 1927 y 1929, Greta Garbo apareció en siete películas silentes, todas exitosas y todas manteniendo la personalidad exótica y misteriosa del mito que tanto ella como la MGM habían construido desde su llegada a Hollywood. En otra instancia, el sonido todavía imperfecto tanto en su grabación como reproducción en las salas de cine, ya había cobrado víctimas: algunas porque sus acentos y modulaciones les volvían incomprensibles, otras porque no dominaban el idioma, y finalmente, quienes de plano tenían voces horribles (como tan bien lo ilustra esa obra maestra llamada Cantando bajo la lluvia, 1952). Cuando el público ya se alejaba de las cintas sin sonido, Garbo fue todo un fenómeno de popularidad, símbolo del significado del concepto “estrella de cine”.

 Garbo y Lew Ayres con las mascotas

         El beso fue su última cinta silente antes de debutar al año siguiente con Anna Christie. Como puede leerse en la somera sinopsis mencionada arriba, se trata de un melodrama amoroso donde Garbo resulta ser una esposa virtuosa que no se atreve a serle infiel a su marido a pesar de expresar la pasión que siente hacia el hombre que la corteja y a la cual ella corresponde platónicamente. Desde la secuencia inicial, que ocurre en un museo de la ciudad de Lyon, en Francia, queda claro que ella está dispuesta a escapar con él y olvidar su pasado, pero el hombre no acepta vivir en la ilegalidad. El divorcio no será posible y, entonces, no queda más que terminar. Los personajes tienen escrúpulos morales que podrían ser frágiles, pero se mantienen incólumes. Es preferible el sacrificio. Irene vuelve a su vida normal y André parte hacia París a seguir con su carrera.


         Luego se establece el carácter impulsivo y violento de Charles, su marido. Al llegar a casa, los sirvientes están compungidos. Charles ha acusado al mayordomo de robarle sus llaves. Irene toma las cosas con calma y le pide que le deje revisar sus bolsillos: ahí están las llaves. El hombre abre un cajón de su escritorio donde está un maletín aparte de una pistola. Charles ama a su esposa quien le corresponde con su equilibrio y sumisión, aunque tiene sus dudas derivadas de su temperamento: hay que seguirla para confirmar su fidelidad o su engaño. Irene va a visitar a sus mascotas que compiten en exhibiciones caninas y con las cuales le ayuda, temporalmente, el joven Pierre. Entre la belleza, la amistad, la amabilidad de trato, el muchacho confunde esas demostraciones con amor: así dará lugar a la confusión, a su pasión juvenil contra la inocencia de la mujer quien debe verlo como un jovencito nada más.

El rostro perfecto

         La MGM cultivó a Garbo en dos facetas: como la mujer tentadora o como la mujer sujeta a la tentación. Ya fuera como joven soltera de ideas avanzadas, queriendo igualar su libertad bajo los parámetros del hombre (Mujeres siempre son mujeres, John S. Robertson) o como esposa insatisfecha que cae en las manos de otro hombre (Orquídeas salvajes, Sidney Franklin), que fueron filmadas el mismo año de 1929, ahora la tenemos nuevamente como casada infeliz con su pareja que resulta ser el objeto de pasión juvenil. Todas sus películas previas siguen estos parámetros con variaciones. Lo que es un hecho es que Garbo era toda una personalidad. No hay ángulo imperfecto. Sus poses y miradas son únicas. Su entrega amorosa o su rechazo a la injusticia jamás la hacen ver ridícula.

Jacques Feyder, en medio, de traje claro, dirigiendo

         Jacques Feyder (1885 – 1948) fue otro de tantos directores europeos que la MGM importó de Europa cuando se vio en la necesidad de filmar versiones en otros idiomas de sus mismas películas: al no existir todavía el subtitulaje de textos ni el doblaje de voces, la única manera de atacar a mercados foráneos era a través de las versiones distintas en francés, alemán o español. Este modelo de realización lo siguieron los otros grandes estudios (por eso conocemos la versión al español de Drácula, por ejemplo, con Lupita Tovar). Y así como Feyder, hubo grandes talentos que crearon al Hollywood genial, expresivo, narrativo, en sus años silentes: Murnau, Stiller, Sjöstrom, Von Stroheim, DuPont, entre muchos. A Feyder le debemos, al menos, dos obras maestras francesas: Amor en Marruecos (Le grand jeu, 1934) donde un hombre obsesionado por una anterior amante hace que otra se haga pasar con ella (como antecedente del hitchcockiano Vértigo), y, sobre todo, La kermesse heroica (La Kermesse heroïque, 1935), que narra, en tono cómico, cómo las mujeres de Flandes conquistan a sus invasores españoles por su femineidad, que causó furor desde su estreno, siendo mencionada entre las películas favoritas de los grandes críticos (serios y conocedores). [Aquí en Monterrey, a finales de los años sesenta, la exhibió la Alianza Francesa, provocando el regocijo de Roberto Escamilla y César González en el suplemento cultural de El Porvenir]. Feyder es otro de los grandes cultivadores visuales y narrativos de los conflictos en las relaciones humanas, ya fuera a través del sentido del humor o el melodrama más fuliginoso.

 El maestro Jacques Feyder

         Acompañan a Garbo, el galán del cine silente Conrad Nagel (1897 – 1970), quien fuera otro exclusivo de la MGM, además del debutante Lew Ayres (1908 – 1996) quien ya había aparecido sin crédito en otras dos películas y aquí tuvo el honor de aparecer como el jovencito enamorado de Garbo, llamando la atención por su buen físico, aunque su mayor éxito sería al año siguiente en el cine sonoro con la oscareada  Sin novedad en el frente (Milestone, 1930) filmada en los estudios Universal. La cinta se exhibió con una banda sonora pregrabada en disco que acompañaba durante la proyección. El fotógrafo fue William Daniels (1901 – 1970) quien sería el de cabecera para Garbo en su carrera. Y como siempre, una producción realizada con lujo y esmero.

La secuencia del beso

 

 

19 CORTOMETRAJES DE LA NUEVA OLA FRANCESA

  CERRANDO CICLOS 19 CORTOMETRAJES DE LA NUEVA OLA FRANCESA (19 courts métrages de la Nouvelle Vague) Doriane Films, Francia, 2018. Pal, DVD...