UN CARNET DE BAILE
(Un carnet du bal)
1937. Julien Duvivier.
La
joven viuda Christine (Marie Bell), mientras se deshace de objetos y ropa de su
difunto marido, encuentra el carnet que utilizó en su primer baile a los 16
años. Recuerda la fiesta con sus valses y los vestidos blancos. Fue hace veinte
años, cuando conoció a quien sería su marido. Al releer los nombres de quienes
fueron sus parejas esa noche, y debido a su pena, surge el anhelo de saber qué
ocurrió con sus vidas por lo que decide emprender un viaje de búsqueda, de
confrontación con el pasado. Así, irá localizando a aquellos hombres y conocer
lo que les concedió el destino en los veinte años que han transcurrido desde
entonces. El primer nombre, el de Georges Audié, viene a ser también una gran
tristeza. La recibe su madre Marguerite (Françoise Rosay) quien le informa que
pronto volverá. Durante su conversación, Christine se da cuenta de que ha
enloquecido porque la misma noche del baile, decepcionado por su rechazo, Georges
se suicidó.
Françoise Rosay
En
sus siguientes búsquedas, Christine reencontrará a Pierre (Louis Jouvet) quien es
dueño de un cabaret pero también ladrón; Alain (Harry Baur) es un sacerdote dedicado
a los niños humildes; Francois (Raimu) es el alcalde de un pueblo que está a punto
de contraer matrimonio con una fiel sirvienta; Eric (Pierre-Richard Willm) es
ahora guía e instructor de esquiaje sobre nieve, soltero entregado a su
profesión; Thierry (Pierre Blanchar) es un médico en desgracia, epiléptico,
dedicado a la práctica de abortos, casado con una mujer que lo ama pero que le
destruye emocionalmente; luego aparece Fabien (Fernandel), ahora peluquero de
prestigio, casado, con hijos, quien la lleva al lugar donde fue el primer baile
pero donde ahora las cosas son diferentes. En su última búsqueda, se encuentra
con Jacques Dumbreval (Robert Lynen), joven adolescente, hijo de quien fuera su
pareja de baile que lo ha dejado solo y en la miseria. Christine, como acto
purificador, decide llevarlo consigo y adoptarlo. La viuda se da cuenta de que
solamente se ha encontrado con la miseria y la tristeza por lo que revalora el
rumbo que tomó su propia existencia.
La
locura de la madre de Georges se conecta con la decepción del alcalde cuyo hijo
adoptivo resultó ser un pillo sin escrúpulos o con el sacerdote devoto de una
vida monacal por decepciones en su vida civil; con el cinismo del ladrón
acostumbrado a la mala vida y a los actos delictuosos; con el instructor de
esquí, sin carácter, cohibido ante la presencia de la bella viuda; con el
médico enfermo y moralmente muerto, protegido por el desprecio de su esposa;
con el peluquero que la devuelve a la realidad porque al llevarla al lugar del
primer baile, le hace tomar conciencia de los engaños de la memoria: lo que
ella había recordado inicialmente como gran salón donde volaban los vestidos
vaporosos, en realidad es un espacio común, ya venido a menos, donde la
etiqueta es lo menos que se respeta. La cinta viene a ser una valoración de la
vida tal como sucede. A la aceptación del destino personal. Christine,
decepcionada por su viudez, tal vez por algún problema sentimental con quien
fuera su marido, intenta, aunque sea con el paso del tiempo, pretextos para la
autocompasión, para justificar lo que quizás pensó como infelicidad, ahora complementada
por la soledad. Qué hubiera sucedido si alguno de esos hombres rechazados
habría sido su marido.
Duvivier,
junto con los otros grandes del cine francés de los años treinta (Renoir,
Feyder, Clair, Carné, L´Herbier), fue el impulsor del realismo poético: un cine
pleno de lirismo interno, aunque directo en la presentación de los hechos. Esta
cinta episódica (basada en una novela de Giraudoux) daría lugar más adelante a
dos de sus producciones en Hollywood (Seis destinos, 1942, para la
Universal, Carne y fantasía, 1943, para la Fox) donde se conjuntaban
varias historias en una sola película, con repartos multiestelares. En este
caso, Duvivier reunió a los más grandes actores del cine francés: Louis Jouvet,
una leyenda de la escena que alcanzó grandes triunfos en el cine, o Raimu y
Harry Baur, veteranos comediantes que ofrecieron cátedras de actuación, o quien
sería un cómico emblemático como Fernandel.
Julien
Duvivier (1896 – 1967) había comenzado en el cine silente alcanzando grandes éxitos.
Su primera cinta sonora, David Golder (1930), retrato de un empresario
sin escrúpulos cuya esposa le hace ver su suerte al dilapidar su fortuna,
basada en una novela de Irène Némirovsky, tuvo tanto éxito que le permitió
continuar con una carrera plena de prestigios. En 1937 también filmó Pépé le
Moko cuya taquilla internacional le llevó hasta Hollywood donde
permanecería durante la guerra. Al retornar, con su prestigio dañado por la
ausencia, alcanzó otro éxito con Panique (1946) que le devolvería al
gran público y continuaría así hasta el fin de su vida: en 1967 fallecería a
consecuencia de un choque automovilístico, cuando todavía estaba vigente. Su
última cinta Satánicamente tuya (1967) con Alain Delon, exhibida con
retraso en México, demostraría su valor hasta el final. Como ha sucedido en
otros países, la revaloración crítica por el paso del tiempo, ha concedido a
Duvivier su verdadero lugar.