RÍO LOBO
1970. Dir. Howard Hawks.
En vísperas del fin de la Guerra Civil, el coronel McNally (John Wayne), de las fuerzas norteñas, se enfrenta con el capitán Cordona (Jorge Rivero), su enemigo confederado, ante el cuarto robo de un cargamento de oro. Debido a este incidente, fallece uno de sus amigos cercanos y promete vengarlo. Terminada la guerra, McNally une fuerzas con Cordona para encontrar al traidor que había pasado la información a su bando. Para ello, deberán dirigirse hacia el pueblo de Río Lobo, en Texas, donde hay un grav)e problema porque sus habitantes están siendo acosados por un terrateniente que ha impuesto autoridades y está despojando propiedades. Ambos personajes, junto con una mujer que también ha sido víctima de la injusticia del lugar… Howard Hawks filmó su última película utilizando elementos de anteriores cintas, siempre cuidando las convenciones del género del oeste. John Wayne, cuando recibió el guion que le mandaba Hawks, le respondió que no necesitaba leerlo porque ya lo había filmado dos veces. Igual que en Río Bravo (1959) o en El Dorado (1966), hay un par de hombres que busca eliminar los abusos de autoridad o la implacable corrupción.
Hawks mantiene el sentido moral: al reencontrar McNally a su anterior enemigo Cordona, en tiempo de paz, le dice que la pelea era una cuestión de honor, pero la revelación de los cargamentos había sido una traición. Así se establece que la guerra es una defensa, idealmente, de honra y derechos humanos, sometida a reglas éticas y dignas (algo que Kubrick exploró en Senderos de gloria, Espartaco o Dr. Insólito, acercándolo al sentido narrativo de Hawks). Los elementos narrativos son muy conocidos: el cacique autoritario, el sheriff impuesto, la población sometida, la joven mujer víctima o acosada y, sobre todo, el héroe (o los héroes) que llegan para colocar todo en el orden natural de las cosas. Río Lobo puede verse como el resumen del género en el cine del maestro Hawks. Fue su quinta colaboración con Wayne, además de la cuarta con la guionista Leigh Brackett. Y cerró su carrera cinematográfica iniciada en 1926 con El camino de la gloria. Las secuencias de acción son imponentes y están muy bien filmadas: el robo al tren, inicial, es realizado con mucho ingenio y buena fortuna por parte de los confederados. Los enfrentamientos con pistola y rifle mantienen esa apertura de paisaje, donde todo puede suceder: esquivar balas que a primera vista tienen blancos seguros o utilizar un silbido para ofrecer alerta de reacción. Hay mucho espacio abierto.
Filmada en Arizona, Morelos y Sonora, la cinta integró a Jorge Rivero (1938), quien ya había figurado en otra producción de Hollywood (Soldado azul, 1970, Ralph Nelson) interpretando a un nativo norteamericano. Así, Rivero tuvo su mayor oportunidad internacional, que más tarde le llevaría a filmar en Italia y España, además de otras intervenciones norteamericanas o en coproducción. A pesar de su imponente físico y su 1.87 de estatura, es curioso notar cómo aparece pequeño ante el alto y grueso Wayne (que solamente le sobrepasaba 6 centímetros), pero que deja notar la diferencia entre una estrella establecida, consciente de su estatus como fuerza mayor y hegemónica en Hollywood. Rivero interpreta a un hijo de madre francesa y padre mexicano, natural de Nueva Orleans. Por desgracia, no se nota la química que existe entre Wayne y Dean Martin (Río Bravo) o Wayne y Robert Mitchum (El Dorado). Atractivo, resulta frío. En su rol de galán, blando. Cumple sin trascender: hizo muy bien en permanecer como estrella en México, dentro de un sistema menos avasallador y espectacular en su alcance.
En
el caso de las actrices, aparece la mexicana Susana Dosamantes, cuya mayor
cualidad era hablar inglés. El productor Arturo Ripstein, en sus memorias Churubusco
Babilonia (El Milagro-Imcine-Alameda Films, 2007) comenta que para Los
recuerdos del porvenir (Arturo Ripstein, 1968) necesitaban a una jovencita
para un papel. La actriz Kikis Herrera Calles les recomendó a una chica que
trabajaba en el aeropuerto y quería entrar al cine. Así, a sus 19 años, la
Dosamantes inició una carrera más bien basada en su personalidad que en su talento histriónico.
Por otro lado, estaba Sherry Lansing, joven actriz que solamente hizo dos
películas, otros papeles pequeños, y varios episodios de televisión, antes de
retirarse e iniciar una exitosa carrera como productora (fue jefa de la
Columbia, la Fox y la Paramount, nada menos): aquí aparece como Amelita,
víctima del sadismo del sheriff Hendricks (el ex Tarzán, Mike Henry, fallecido
este año) quien le marca el rostro dejándole una fea cicatriz. Y finalmente,
Jennifer O’Neill, otra víctima que se tornará en la esperanza amorosa del
personaje de Cordona, en su primer rol estelar, pero quien al año siguiente
encontrará el papel que la lanzaría a la internacionalización: Verano del
42 (1971, Robert Mulligan), ya que aparecería en la última cinta de Visconti
(El inocente, 1976) y posteriormente con Fulci, Cronenberg, Zampa o
Thompson.
Río
Lobo cierra la herencia fílmica que nos legó Howard Hawks. Si no es su
mejor película, tiene fuerza, emoción, sentido moral y mucha dignidad. Sobre
todo, como sucede con cualquier película del maestro Hawks: es entretenimiento
inteligente, masculino en el mejor sentido de la palabra, universal en sus alcances.