TENSIÓN
(Tensión)
1949.
Dir. John Berry.
Al inicio de los créditos de la película se anuncia que forma parte de las producciones que celebran el 25 aniversario de la Metro-Goldwyn-Mayer y luego se pasa a la imagen de Barry Sullivan como el detective Bonnabell quien se dirige a la cámara para mostrar su método con una liga de hule: “para resolver un crimen hay que aplicar tensión: toda persona tiene su punto de quiebre”. Warren Quimby (Richard Basehart, en otro de sus incipientes roles estelares, aunque en la antítesis de su criminal de policías en la clásica “El demonio de la noche” de werker, 1948), es el químico responsable de una farmacia en Los Ángeles que abre las 24 horas. Ha tomado el turno nocturno porque paga más y sus ilusiones están en comprar una casa, formar una familia con su esposa Claire (Audrey Totter), aunque ella sea una mujer frívola e infiel. Así la conocemos, poco antes de que se burle de las intenciones de su marido y lo abandone para irse con un amante que tiene más dinero. Al ir a reclamarle Quimby, el hombre lo golpea y humilla en frente de Claire. Así, Quimby decide vengarse y matarlo. Para ello, se crea una nueva personalidad y una nueva existencia, como parte de su plan para alcanzar el crimen perfecto…
Considerada como uno de los
puntos altos del film noir, estamos ante la penúltima cinta del
realizador Berry, antes de que fuera víctima de la caza de comunistas en
Hollywood y tuviera que exiliarse en Francia, donde continuaría una carrera
irregular antes de su retorno parcial a Estados Unidos en los años sesenta.
Todos los elementos del género están presentes: una trama que busca el crimen
impecable, los hechos que apuntan la culpa a un personaje inocente, el héroe de
buen corazón, la dama joven que sirve como antídoto para los bajos sentimientos,
pero, sobre todo, la femme fatale, la mujer calculadora y fría a la cual
no le importa nada con tal de conseguir sus fines y reacciona acorde con sus
objetivos, nunca con el corazón.
La cinta resulta bastante abierta para su tiempo (sobre todo para la MGM), al mostrar a una mujer tan cínica que fácilmente comete infidelidades (prácticamente en la cara de su marido), se burla de sus ilusiones de manera descarada (cuando Quimby la lleva a mostrar la casa de sus sueños en los suburbios, la mujer le responde: “¿Estás bromeando? ¿A treinta minutos de ninguna parte?”). En el pleito que Quimby lleva con el amante de la mujer, éste le da un golpe en los testículos, algo que apenas se iba mostrando en el cine norteamericano (por censura, porque indicaba la existencia de genitales). El detective Bonnabell se toma libertades con la mujer, engatusándola, haciéndole creer que le interesa, estirando su “liga de hule” con tensión psicológica.
Otros elementos importantes son la farmacia donde trabaja Quimby y que ofrecía, en ese entonces, una barra de cafetería, además de estar abierta todo el día: una novedad de posguerra, para ir alentando el comercio y la nueva realidad con los combatientes que sobrevivieron y retornaron a casa. Por otro lado, está el sueño de los suburbios: Quimby se sacrifica con un trabajo nocturno para cumplir otro de los sueños de las jóvenes generaciones, en busca del sueño americano, o sea, los suburbios alejados del bullicio de la ciudad y que, con el tiempo, simplemente servirían como extensiones de las mismas, uniendo municipios, propiciando altas densidades de población.
El reparto está conformado
por actores de primera que nunca llegaron al estrellato total: Audrey Totter fue
una figura reconocida. “El cartero llama dos veces” (Garnett, 1946), “La dama
del lago (Montgomery, 1946), “Sin sombra de sospecha” (Curtiz, 1947) o “El
luchador” (Wise, 1949), son suficientes para establecer su trascendencia). En
esta película, es la imagen de la maldad absoluta. Richard Basehart tampoco
alcanzó mayor popularidad, a pesar de aparecer en muchas cintas importantes: en
algún momento de su carrera partió hacia Europa e intervino en “La calle”
(Fellini, 1954), “Alma sin conciencia” (Fellini, 1955), “La vena de oro”
(Bolognini, 1955), aunque su papel memorable vino por la televisión en los años
sesenta al protagonizar la serie “Viaje al fondo del mar”. Menciones aparte
merecen Barry Sullivan y Cyd Charisse, quienes tuvieron oportunidades
importantes: Charisse como bailarina, acompañando sobre todo a Gene Kelly o
Fred Astaire o Ricardo Montalbán, aparte de roles dramáticos simples como el
que realiza en esta cinta. Sullivan fue el Tom Buchanan de “El gran Gatsby”
(Nugent, 1949), el marido infiel de “La egoísta (Bernhardt, 1951) o el director
traicionado en “Cautivos del mal” (Minnelli, 1952), pero continuó con su
carrera tanto en cine como televisión hasta el final de sus días.
El director John Berry